2013G

Guión y dirección: Woody Allen.
Fotografía: Javier Aguirresarobe.
Actores: Cate Blanchett, Alec Baldwin, Peter Sarsgaard, Sally Hawkins, Bobby Cannabale, Michael Stulbarg.

¿Por qué? Woody Allen sale de una cuatrilogía de cine europeo y pseudoturístico (Match Point, Vicky Cristina Barcelona, Midnight in Paris y To Rome with Love) para hablar, por fin, de la moral de sus compatriotas.

¿De qué? Jasmine Francis es una mujer despeñada.  Ha caído desde las alturas de la sociedad financiera hasta el bajo apartamento de su hermanastra en Nueva York.  Su opulento marido ha terminado en prisión después de muchos años estafando a pobres inversores y ella no ha tenido nada que ver, de hecho, nunca quiso saber nada.

¿Merece la pena?  A estas alturas de su vida y su carrera no me sorprendería que Woody Allen se tratara con personas como Jasmine Francis.  El retrato que hace de su personaje principal es muy completo y certero. Jasmine se encuentra fuera de lugar en el apartamento de su hermana rodeada de amigos normales con un punto de zafiedad.  Es normal que nada de esto le interese como no le interesaban los negocios de su esposo cuando con él vivía.  Como diría el romano Cicerón a Jasmine solo le interesa la «conservación y la ostentación»,  conservar su estatus social y exhibirlo en el ambiente que considera el suyo. Un egoísmo que no carece de implicaciones morales. Esta historia contrasta con otra, típica de Allen, de una hermana poco exigente en cuestión de amores interpretada por Sally Hawkins.  Actriz poco conocida fuera de Inglaterra pero que Allen descubre para su público.  Su trabajo es bueno pero palidece ante la impresionante interpretación de Kate Blanchett.  Jasmine no es un personaje simple, típico ni tópico pero Blanchett  lo entiende a la perfección.  Dentro de la rutinaria producción anual de Allen está es una de sus películas buenas.

Existe, sin embargo, una razón para que no guste a muchos espectadores.  El retrato de su protagonista resulta algo áspero.

Podría compararse con aquellos retratos de la realeza española que pintaba Francisco de Goya.   Hombres poderosos pagaban al pintor para que les  presentara ricamente ataviados, pero a través de su pincel lo que parece riqueza se ve como vanidad, lo que parece orgullo se ve como soberbia.   Ellos creen representar la nobleza pero su actitud inspira, más bien, antipatía y desprecio.


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Críticas en Rottentomatoes.

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